Presentación Espectros de la dictadura x Karen Glavic 

Presentación Espectros de la dictadura a medio siglo del Golpe

Editores Silvana Vetö y Nicolás González R.
Alma Negra  Librería y Plataforma




Por Karen Glavic
Ayer entré al Pasaje Matte, casi llegando a la Plaza de Armas, en pleno Paseo Ahumada, y me puse a mirar las tiendas de joyas. Joyas de oro que no me voy a comprar, pero me intriga saber cuánto valen. Entremedio, también, hay tiendas de relojes y de recuerdos varios, en uno de los puestos estaban juntos dos tazones: uno de Pinochet y de Allende juntos, como si se tratara de una serie de pantalones del mismo talle, pero distinto color. Me choca y me sorprende, pero también asumo que no son pocos los que ven así la historia reciente, como una guerra entre bandos iguales sobre los que hay que elegir un color, incluso un color de temporada; no faltan tampoco los que oscilan entre valorar las cosas buenas y malas de lado y lado.

Me gusta pensar en la esperanza a lo Terry Eagleton, como una expresión material que se opone al optimismo. Quizás en eso coincido a priori con Espectros de la dictadura, que se declara con tímida esperanza, pero supongo que en la propia insistencia por publicar este volumen, se acumula una porfía propia de quienes creen que a pesar de todo, vale la pena hacerlo. No sé si de la esperanza se desprende de modo natural la utopía.

Me gusta pensar en una esperanza con las manos en el barro. Material a lo Eagleton, pero ensuciada por los actos y las decisiones siempre incoherentes que movilizan nuestros actos, por eso soy militante y soy activista, por eso sigo creyendo con todo el corazón en las organizaciones de derechos humanos.

Espectros de la dictadura desde su inicio, en la introducción por sus editores, plantea que la colección de fantasmas llamados a este libro es polifónica. Espectros del conservadurismo, espectros de Marx y Derrida, espectros lacanianos, espectros de Haraway, fantasmas que viven entre la vida y la muerte, entre ruinas, sobre las que este libro busca abrirse paso. Espectros de la dictadura es la imagen de la foto en blanco y negro que pegada a una pancarta nos recuerda a todos los que faltan, es memoria y duelo imposible, quizás ya no es la melancolía de los noventa que todavía bregaba por acomodarse un poncho, sino que es una suerte de desesperanza que se ancla en fechas como el 15 de noviembre del 2019, septiembre de 2022 o mayo de 2023. Acuerdos y esperanzas puestas en la redacción del más complejo de los libros que el Estado nos hizo leer en la micro: una nueva Constitución.

El espectro es un afuera de lo mesurable y eso es una esperanza, porque a 50 años del golpe hay aún espacio para seguir imaginando interpretaciones e incluso salidas posibles. El propio libro y su metodología de trabajo se considera un lugar de encuentro, un destello que nos pone frente a un futuro incierto.

Los textos que componen el libro no intentan ser articulados en la introducción, más bien, se les da libertad espectral suficiente para que circulen con la curaduría de la experiencia previa a la publicación. Los temas son, gracias a esto, evidentemente polifónicos –como mencionaba al comienzo– y no hay problemas con ello. Desde el testimonio al análisis histórico, la crítica cultural y la performance, Espectros de la dictadura se mueve en una sugerente creatividad de sus autoras y autores, quienes aprovechan el espacio-tiempo dictadura para abrir a través de la tinta sus propias tristezas, al mismo tiempo que sus formas de imaginar.

Decía que tuvimos unos noventa melancólicos, no sólo porque cada coloquio, libro, comentario, lectura desde la academia gringa o conversación en los pasillos izquierdistas, se ocupó de desarmar el amor por el tiempo pasado con un exceso de culpa y de recriminación que, al mismo tiempo, servía como un vehículo para poner en regla el imaginario del orden. La melancolía de los noventa tuvo un rol higienizante sobre los recuerdos de poder popular y apoyo mutuo, obligó la mirada hacia el sí mismo, como bien desarrolla en su texto Diego Pérez.

La revuelta del 2019 también tiene una estación de detención en el texto. Entre Sybilla Sotomayor y Camila Stipo recorren un momento saturado de esperanza en su momento, por falta de proyectos colectivos en la postdictadura. No es que quiera desconocer nuestro entusiasmo, pero no ver que una regresión autoritaria nos acechó desde el 19 de octubre, fue eso que Eagleton más bien llama optimismo y no esperanza. Sé que como nunca nos pusimos en situación de estar juntos frente a miles de otros desconocidos en la calle, pero la danza de la marcha, incluso de la sin dirección del 25 de octubre de 2019, no aseguraba victoria alguna, si no armábamos a paso de hormiga o gacela, cuerpos que pudieran resistir lo que tiende a ser igual, al peso de la noche, a los espectros que vuelven.

Camila Stipo se pregunta quién es el pueblo en cuánto tal y no deja de ser una cuestión relevante a miles de años de inaugurarse como pregunta. Lo mira directo desde la performance de Las Tesis, Un violador en tu camino, pero además lo interpela por colar entre el gentío a nuestros agresores, a los violentadores de mujeres. No basta con salir a danzar juntos porque va a llegar un momento en que nuevamente nos encontraremos con esos otros que son el enemigo y también los bailarines de la coreografía heroica de la primera línea. Si los avisos de las feministas no fueron una red flag, lo fueron algunos expedientes «complicados» que emanaron de los indultos del 2022. Pero tal vez ser un pueblo es, precisamente, saber que allí también vive el otro que no deseo, el pobre, el violento, el delincuente. Ya no hay ilusión en una fuerza viva sin contradicciones, aunque esta sea una  «perturbación en el tiempo» , siguiendo a Karen Barad.

De un lado generamos alianzas inolvidables, alegrías y sensaciones que pensamos nunca viviríamos. Así me siento yo, al menos, desde los dos miles, porque el punk que acompañó mi adolescencia en los noventa, no alcanzó para creer que un día vería cómo de nuevo había esperanza, construcción y organización, como los estudiantes, como las feministas. Y también un día de pulsión de fuego, de energía tanática, porque no nos olvidemos tampoco de ese detalle que nos contaron: varios chicos de la primera línea pasaron su vida en el Sename. Siempre hay cuerpos más sacrificables que otros. ¿No es cierto?

Los textos compilados en este volumen son definitivamente un aporte al gran archivo sobre la dictadura y el tiempo inmediatamente siguiente a su fin. Los espectros recorren cada uno a su manera, algunos de manera más testimonial como Angelo Alessio y Sybilla Sotomayor, otros con más ganas de escudriñar en la historia para cruzar los rastros del archivo en otro modo de leer el pasado como Jocelyn Maldonado y Pablo Jiménez, mientras que Jorge Díaz, Zeto Bórquez, César Barros y Diego Pérez Pezoa rodean sucesos conectando un aparato teórico a un espectro, que se traduce en fantasmas tan diversos como interesantes: desde la pandemia del Sida, hasta Don Francisco, desde la performance en la Plaza Dignidad del fallecido Sebastián Piñera hasta el atmoterrorismo.

Quisiera detenerme en el texto de Jorge Díaz por su incisiva pluma, pero también por recordar que hay pandemias y pandemias, hay de las hegemónicas y de las olvidadas, que muestran como entre el VIH escondido en lo social y fuertemente estigmatizado, abrió camino a un ARN mensajero que hizo más fácil llegar a la vacuna para  el COVID-19. Tal vez, y estando profundamente de acuerdo con su comparación y diagnóstico, llamaría a que no se nos olvide ese momento de encierro y dispersión de lo logrado en el encuentro en la calle, clave para la vuelta a la « seguridad interior» que trabaja en su texto Diego Pérez, y clave también para dar espacio a todo tipo de conspiraciones y miedos que hicieron espacio a nivel mundial a teorías  «libertarias» que se opusieron, incluso, a que nos encontráramos en el vacunatorio.

Me parece importante que un libro sobre los 50 años del golpe hable de la experiencia de la dictadura y no solo de los testimonios, como plantea Zeto Bórquez. Quien finamente, por cierto, recorre la cultura de la dictadura, entre la FISA, Don Francisco y la refundación capitalista. En el fondo, es cierto que nos faltan miles, pero también nos quedan quienes tomaron su vida para guardarlos, y el mejor gesto que nos queda es asumir su lucha como propia, al mismo tiempo que nos hacemos el tiempo para pensar e imaginar en pasados, presentes y futuros posibles. El peor espectro de la dictadura, para mí, claro, es ese que nos convenció de que es mejor no hacer y velar por sí mismo, que la política no es necesaria de hacer en los partidos y en las instituciones. Nada sobra y equivocarse embarra, es cierto, pero sin marca, cuerpo y sudor no hay esperanza.






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